martes, 6 de octubre de 2015

Madurez: esa inquietante incógnita.

    Tras un  despiadado e inmerecido retiro (del cual algún día explicaré los motivos... o no), vuelvo para disertar ante los honorables, sobre el sentido de la madurez. ¿Qué es ser maduro?

    Cuando era pequeñito (sí, también lo fui) tenía la errónea idea de que ser mayor era cuestión de hacer cosas de mayores, así si trabajabas (y te pagaban por ello) te ponías corbata a diario (en el caso de los hombres o falda de tubo en las mujeres) y tenías una casa, un coche, unos hijos y demás accesorios, pues ya eras una persona madura.

   Empero, pasados tiempo y visicitudes, fui apreciando que aceptar semejantes clichés era más una muestra de caracter infantil que de madurez. La verdadera madurez reside en ser capaz de aceptar las consecuencias de tus propios actos y conducirte siempre teniéndolas en cuenta. ¿No será acaso entonces más maduro aceptar la aplicación de tu caracter e inquietudes en la vida cotidiana, sean o no convencionales y por estrafalarios que resulten?
    Prescindamos, si podemos, de esclavitudes absurdas y renunciemos a la cobardía de creernos respetables por adoptar una pose asumida. Nuestra pose ha de ser nuestra pose y nuestra madurez se ha de llevar en la mente y el corazón, no en la ropa ni adminículos.
Que la fortuna os aguarde tras la esquina oscura.

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